Visitas

19 mar de 2008

Venimos de madre y padre

Venimos de madre y padre, de hombre y mujer, aunque por las circunstancias no los hayamos conocido; y en este día dedicado a los padres, es justo hacer el homenaje a los dos, pero un poco más a las mamás-papás, a las que tienen que vivir cultivando el amor-deber, las más reclamando el olvido de los progenitores, las pocas arreglándoselas solas, pero ambas olvidadas como papás.
Y quiero empezar contándoles algo de mi padre, quien cumple hoy también años aunque en otra dimensión… a quien tuve la fortuna de tenerlo cerca hasta muy abuelito, y digo fortuna mía, porque él no conoció a su padre.
¿Cuántas personas no conocen a sus padres? ¿Cuántos padres no piensan que traer seres al mundo no es como tomar algo en el camino para luego dejarlo, ya sea por su irresponsabilidad o porque de pronto dicen que quieren vivir su vida o por causas diversas? ¿Acaso los hijos piden venir al mundo?
Y con lo anterior no quiero justificar los argumentos de muchas madres que convierten a sus hijos en estandartes de lucha por sus derechos, por la obligación que tienen sus padres de “mantenerlos” (qué palabra más utilitaria), por la responsabilidad que tienen, etc., etc. Muchas de ellas viven obsesionadas en las pensiones, en que no reciben ni un peso de los padres de sus hijos. Y si bien es cierto que esos padres tienen obligaciones y responsabilidad hacia los hijos que trajeron al mundo, también es cierto que la dignidad no tiene precio, la que es siempre pisoteada tras unos cuantos centavos o montos altos (al fin limosna) conseguidos con presiones, sentencias judiciales, detenciones, amenazas, chantajes o con cualquier otro recurso… por eso valoro a las pocas madres-padres que se las arreglan solas, a aquellas que infundieron a sus hijos o hijas que la dignidad está por encima de cualquier dinero dado a regañadientes y a presión y sin amor, sea mucho o poco.
¿Y qué es ser padre para mí? Más que el protector (que no deberíamos dejar de serlo), el confidente, el apoyo real de carne y hueso, sobre todo en momentos de desazón; y también el justo, el que busca el equilibrio, sin crear privilegios. Pero lo difícil es abrir nuestro corazón a los hijos, darles confianza, decir y actuar honestamente, con coherencia, la que muchas veces nos abandona… y en esa confianza y confidencialidad ser capaces también de depositar en ellos nuestros momentos en los que nos sentimos derrumbados, porque limitarse a no hacerles faltar las necesidades básicas (si se es responsable), si bien es un mérito, no es suficiente si no les damos ese componente de afecto, de amor, sensibilidad que no es material ni se compra.
Y conforme pasan los años, sin quererlo y sin buscarlo, uno también se va convirtiendo en padre de muchos hijos e hijas, o lo convierten a uno en padre, pero en el sentido completo: como protector, como confidente y como justo; aunque a veces también nos sentimos padres de los hijos que no nos pertenecen, de los hijos de las mujeres que nos van robando el corazón.
¿Y qué hacer como hijos? Qué no mejor que cultivar la confianza de los padres, darles nuestro tiempo que no nos imaginamos cuánto lo necesitan, no abusar de su bondad y también brindarles la paciencia necesaria… en fin: quererlos, porque tenemos la fortuna de tenerlos cerca.

No hay comentarios.: