Mujeres de agua, mujeres de fuego, mujeres de hierro, mujeres que como aire se nos meten dentro… cuánto me rindo a sólo una sonrisa de sus miradas.
Y no dejan de sublimarme muchas de ellas, y mucho más las que he amado (aunque no sé si realmente he dejado de amarlas), y las que sigo amando, porque como rueda en pendiente, siempre vuelvo a ellas.
Y es que las mujeres-madres, de quienes parte somos, nos quiebran el alma, aún en momentos en los que creemos no obran como lo deseamos; y las mujeres-hijas, las que llevan algo nuestro, las hicimos libres, libres como el viento, para que conquisten, si ellas lo pueden, todo el mundo entero; y ni qué decir de las mujeres-compañeras, mujeres-amadas: unas suaves y otras duras; unas llenas de paciencia, otras con poco sosiego; las que más nos oyen, las que más nos hablan; todas ellas llenaron y nos llenan el alma, ponen al galope nuestros corazones, hacen volar nuestros sentimientos y nos sacan de ritmos preestablecidos, de normas, de horarios, porque es para ellas todo nuestro tiempo.
Mujeres del mundo, cuánto las quiero
08-03-2008
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