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19 mar de 2006

LOS PADRES

A mi padre: ausencia hecha presencia

"Si yo muero no llores por mí
haz lo que yo hacía
y seguiré viviendo"
(Versos de una milonga)



Sentir la ausencia de personas queridas no es nada grato, y más aún de aquellas que sabes que no podrás verlas sino en sueños, aunque a veces tan reales que a ratos crees que esa es la realidad.
Y ese dolor se hace más profundo cuando sabes que a algunas de ellas, relativamente hace poco tiempo pudiste abrazarlas, como es el caso de mi padre que en este día, no solo lo abrazaba una vez por su día, sino también por su cumpleaños.
Y como por estas fechas se oye con más insistencia a Piero con “Mi viejo”, recuerdo como mi papá tarareaba esa melodía, mientras sollozaba disimuladamente para nadie lo notara, tal vez asumiendo el peso que imponen los años, aunque se tenga joven el corazón.
Ahora, cuando el tiempo avanza implacablemente (hoy hubiera cumplido 90 años y ya es el segundo año que lo “abrazo” en su ausencia), pienso que los momentos que dedicamos a nuestros padres (y acá hablo en genérico, de padres y madres), siempre serán pocos, pese a lo mucho que creamos dedicarles.
Pero, así son los derroteros que nos traza la vida, nuestras vidas, solos o acompañados, con o sin hijos, con o sin padres. Los padres sólo pueden tener cerca a los hijos hasta cierto momento de sus vidas: unos se van antes que otros; otros se olvidan más pronto que algunos. Y lo peor es que hay muchos que nunca (o poco) tendrán la relación de padres-hijos y viceversa: hijos que no conocerán a sus padres o que éstos serán sólo una referencia consanguínea, pero sin afecto, y padres que talvez nunca se enterarán (o se sentirán) de que lo son. Por eso, los que hemos tenido o tenemos la fortuna de gozar esa relación, aprovechémosla, alarguemos el tiempo de compartir, de conocernos más, superando momentos en que hijos y padres tengamos divergencias o discrepancias; al fin, esas situaciones no deberían ser más importantes que todo lo mejor vivido. Claro que toda esta argumentación está por encima de casos concretos (algunos inhumanos, deshonestos o inmorales) que podrían desbaratar cualquier posible propuesta de reconciliación.
Pero abstrayéndose de lo indeseado, vuelvo a mi papá (o papi Eduardo como le llamaron sus nietos y bisnietos), haciendo homenaje a su paciencia, a sus silencios que hoy quisiera romperlos, a su valor de forjar una vida y una familia solo, sin el acompañamiento y la ayuda que significa tener a los padres cerca (a su mamá la perdió cuando tenía 6 o 7 años tras una enfermedad que nunca supo cuál fue, y a su padre nunca lo conoció), sin hermanos, es decir sin parientes; y acá va también mi reconocimiento al valor de mi mamá (Blanca) que aunque sí tuvo relación con sus padres, ésta se cortó al comienzo de su adultez, tras la muerte de su madre (mi abuela), pues su padre y hermano la dejaron sola a que haga su vida. Por eso insisto en cuan importante es superar las discordias que muchas veces no son más que conflictos por actitudes egoístas, por desacuerdos económicos, formas de aprovecharse del otro.
La vida es una sola y qué mejor no compartirla siempre con nuestros padres y hermanos, y mejor con más parientes y amigos. Y aunque a mis padres ya no los tengo cerca, tuve la satisfacción de acompañarlos cuando partían; por eso sé que no se han ido, que su energía (algunos dicen sus almas) nos siguen guiando y aconsejando, como cuando de niños nos acompañaron y protegieron.
Yuri
19 marzo 2006


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De padres y madres

La masculinidad se ha impuesto en los pueblos, sobre todo en las sociedades modernas y occidentales. La fuerza y tamaño de los hombres frente a su par las mujeres, ha determinado que sean los dominantes de su entorno y se constituyan en los amos del sistema.
Así, la sociedad ya da por hecho de que el padre es el jefe de familia. Pocas veces o nunca se oirá hablar de reunión de madres de familia, aunque son ellas las que más asisten a esas reuniones. Tampoco se oirá que haya una “madre de la democracia”; siempre habrá un “padre” de la democracia, título rimbombante y piadoso dado a personajes que precisamente fueron antidemocráticos.
Como una concesión absurda de las sociedades machistas se oye decir que “madre hay una sola”. Que yo sepa también “padre hay un solo” y con más razón, porque su participación como progenitor acaba en cuanto la madre ha sido concebida; mientras que madres puede haber varias, si consideramos que en algunas sociedades —incluso antes en la nuestra— muchos niños eran amantados con leche de nodrizas, por lo que podría decirse que esos hijos eran parte consanguínea de otras madres; pero, esos casos, por suerte, fueron pocos, sobre todo en familias adineradas donde la comodidad estaba antes que los lazos de cariño.
Nuestra sociedad ha tolerado siempre los desmanes (o desmadres) del hombre. Un padre que tiene amoríos fuera del hogar es un macho, es un don Juan, pero una mujer que ose hacerlo es “una perdida”, por no decir otro calificativo que normalmente se oye.
A las mujeres, también como concesión machista y por concordancia de género en nuestro idioma, tienen el privilegio de representar a la patria. La “madre patria” será la ficticia imagen del sumun nacional; pero, cómo la maltratan, la despedazan, la venden, la “capitalizan” precisamente los “padres de la patria”, esos personajes del Parlamento que no sé por qué razón se han apropiado del derecho de ser padres de la “madre patria” y nada menos que de nosotros, además de apropiarse de muchos bienes que los hijos de la patria (nosotros) no gozamos. Pero, así se dan las cosas en esta democracia.
Pero también las mujeres reciben reveses. ¿Alguien ha escuchado alguna vez del “padre de todos los vicios”? Que yo sepa, no; pero, sí se conoce a la “madre de todos los vicios” cuyo progenitor es desconocido, como muchos padres que durante o después de la gestación desaparecen; por eso hay más madres solteras que padres.
La irresponsabilidad de muchos hombres hace que no se enteren que son padres biológicos de sus hijos. Otra gran mayoría se niega y muy pocos reconocen a regañadientes y con juicios de por medio.
Esos hijos de madres solteras sufren en el día que agasajan a los padres, en el Día del Padre, porque nuestra sociedad es intolerante e incapaz de comprender que no todas las instituciones, como el matrimonio o la convivencia de parejas, son eternas. Pero además ese sufrimiento se traslada al hogar, donde muchos niños y niñas sin padre reciben una carga de sentimientos adversos y rencores hacia el progenitor, con o sin razón, pero con un daño terrible hacia los pequeños.
Esperamos que algún momento la Reforma Educativa tome en serio estos temas que son determinantes en la formación de los niños, es decir son la “madre del cordero”; y de mi parte un abrazo a los buenos y verdaderos padres... y al mío.
Yuri
Marzo del 2002

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