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20 feb de 2006

Lo nuestro no es problema

Un martes cualquiera se me inutilizó una llanta del vehículo en el que me movilizo a diario, de manera que la de auxilio ocupó su lugar, quedando pendiente reponerla por otra de inmediato, al día siguiente; pero, como los miércoles no puedo entrar al centro de la ciudad por una restricción vehicular, dejé la tarea para el jueves.
Ese miércoles en la noche grande fue mi sorpresa al encontrarme con otra llanta desinflada, no sé si inutilizada como la primera, pero como ya no tenía repuesto, me quedé parado, mejor dicho el auto se quedo parado y tuve que irme a casa a pie.
Inmediatamente me puse a pensar en el plan para el día siguiente: conseguir un llantero, comprar llantas, elegir el mejor horario, etc.; en realidad pensamos con la persona que me acompañó solidariamente, quien, además, me ofreció su apoyo si fuera necesario.
Después de despedirnos me dije: “bueno, para qué tanto pensar, ya llegará mañana”, y seguí caminando.
En mi paso vi gente diversa que hacia lo suyo: grupos que salían de un instituto de idioma extranjero, otros que tomaban café o comían en medio charlas amenas, también había los que caminaban rápido evitando los charcos de la lluvia persistente de la tarde...
Y en ese recorrido encontré a una persona que en un lugar no muy iluminado esperaba pacientemente que las personas le dieran una monedas. Se trataba de un indígena que tocaba una melodía en una tarka, ese instrumento de viento y de madera que es más escuchado en tiempo de Carnavales, que ya llega.
Esa persona vestía con mucha sencillez: pantalón, chompa, ojotas y un pequeño bulto amarrado a su espalda, un atado en forma cruzada. Mientras tocaba su melodía, seguramente inédita, sostenía en uno de sus dedos, un jarrito plástico de margarina para recibir las monedas.
Al pasar junto a él pensé que era la primera vez que veía a un limosnero tocando tarka y de que alguien haya escogido esa calle, muy poco estratégica para pedir dinero. Mientras me alejaba me pregunté “¿de dónde será?, ¿dónde dormirá esta noche...? y la lluvia” y retrocedí para dejarle algo por su trabajo. Cuando deposité el dinero, que fue mucho más de lo que a veces doy, no se oyó nada, como sucede en otras ocasiones. “Será para que la melodía no se interrumpa”, pensé, y seguí caminado.
Ya en el vehículo público en el que me iba se me vinieron muchos pensamientos de lo vivido, de mis problemas y de los de otros: mientras yo hago planes para resolver mi movilización en auto otros esperan unas monedas para comer un día; mientras nosotros nos ahogamos en un vaso de agua, otros comparten su música, su historia, sus versos o sus malabarismos para juntar unas monedas que les permita cubrir sus necesidades vitales, aunque no estemos de acuerdo con ellas, cuado se trata de necesidades como el alcohol u otras drogas.
Qué se puede hacer: ¿Cerrar los ojos?, ¿despotricar contra el sistema?, ¿asumir una actitud caritativa, sabiendo que así poco se resuelve? No sé.
Lo que si sé es que muchos viven para sobrevivir; pero, también sé que muchos vivimos ahogados en problemas que no son precisamente de sobrevivencia, así que es mejor tomar la vida con más optimismo, más positivismo y con menos angustia y pesimismo, pues, si queremos, siempre daremos soluciones a “nuestros” problemas.

Yuri Aguilar Dávalos
La Paz, 8 febrero 2006

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